El principito

—…Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día cada uno pueda encontrar la suya — dijo el Principito.

— Claro que sí, te contaré una historia sobre las estrellas — dijo la astrónoma Henrietta.

Para situarse en esta historia es necesario entender bien cómo era el universo en 1876. En aquel año aún no se conocía más galaxia que la nuestra. No sabíamos de más planetas que los del Sistema Solar. Se ignoraba  la composición de las estrellas y cuál era el origen de su brillo. Se desconocía la naturaleza de unas extrañas nebulosas halladas entre las estrellas. El universo no se expandía, ni nadie había oído hablar jamás del Big Bang. En 1876 el universo era un plácido lugar repleto de estrellas que se movían por el firmamento y,  precisamente a esto se dedicaban los astrónomos de la época: a medir y catalogar la posición y movimiento de esos luminosos puntos cuya distancia real se desconocía.

  • Pero ¿cómo puedo observar las estrellas más cerca y ver así su luminosidad?— preguntó el Principito.
  • Mi interés por la astronomía me llevó trabajar para el observatorio de Harvard, bajo la dirección de Edward Pickering ¿Recuerdas el cuarto planeta que visitaste, donde un hombre de negocios se creía que todas las estrellas del universo eran suyas? Estaba siempre tan ocupado contándolas que no levantaba la cabeza ni para atender a lo que le estabas diciendo, quizás eras demasiado pequeño para verte.

 Pues bien, como primer trabajo me asignaron calcular la magnitud de brillo de las estrellas registradas en los centenares de placas fotográficas que llegaban al observatorio. Es una técnica conocida como fotometría estelar y que consiste para que lo entiendas mejor, en contar la luz que nos llega de las estrellas. 

      — ¿Pero cómo eran esas placas fotográficas?— preguntó curioso el Principito.

 A lo que la astrónoma contestó con otra pregunta:

  •  ¿Sabes lo que es un matamoscas?
  • Aunque en los primeros años del siglo XX ya se vendían películas fotográficas, en el campo de la astronomía se mantuvieron las placas de vidrio de aproximadamente 35×45 cm. que estaban recubiertas de una emulsión sensible a la luz que permitía fotografiar muchísimas estrellas en cada exposición. Mis compañeras y yo pasábamos largas horas con el ocular sobre cada placa. Este tenía una forma muy divertida, como los atiza-moscas de los pueblos.
  •  Eso ya me va sonando — dijo el Principito.
  •  Cuanto más brillante era una estrella, más granos de emulsión le afectaban químicamente, y la mancha resultante sobre la placa era mayor. Así pues, el tamaño de la imagen que cada estrella dejaba en dicha placa era un buen indicador de su brillo aparente en el cielo.
  • Ya entiendo, como cuando tuve sarampión “a más fiebre más manchas”.

La posibilidad de comparar imágenes fotográficas de un mismo campo estelar, pero tomadas en momentos distintos, me permitió apreciar que  el tamaño de algunas estrellas sobre la placa, es decir su brillo aparente, variaba con el tiempo y, además, de forma periódica. Este periodo, a veces era cuestión de días, de meses o incluso de años. A estas estrellas se las llamó variables.

  • Pero ¿por qué estas estrellas varían su brillo? — preguntó inquieto el Principito.
  • Sabemos que la vida de una estrella es una continua lucha entre dos fuerzas opuestas.                               Por un lado, la fuerza de la gravedad que, como un imán, tiende a hundirla bajo su propio peso y, por otro, la presión del gas y de la radiación que componen la propia estrella, que tienden a expandirla. El equilibrio entre ambas fuerzas se llama equilibrio hidrostático y hace que la estrella adquiera una forma esférica estable durante largas temporadas de tiempo; pero, a veces, pueden producirse pequeñas perturbaciones que son tan grandes que hacen sacar de sus casillas a la estrella y esta  rompe el equilibrio que tenía, como cuando a un péndulo se le da un pequeño golpe y empieza a oscilar.  En la actualidad estas estrellas variables se las conoce también como cefeidas.

      Un día descubrí que las cefeidas aparentemente más brillantes de la “Pequeña Nube de Magallanes”— una galaxia irregular enana cercana a nuestra Vía Láctea — variaban o pulsaban más lentamente, y, por el contrario, las menos brillantes lo hacían por un periodo de tiempo más corto. Esta relación entre el periodo de las cefeidas de la Pequeña Nube de Magallanes y su magnitud aparente o brillo, escondía un potente regla, una regla para medir el universo.

    Pero eso ya es otra historia que te contaré mas adelante…

  • ¡Dime! insistió — el Principito.
  •  La historia continua con otro cuento que podrás ver en esta sala. Te daré una pista: hablaremos de los exoplanetas.