UN MUSEO
QUE NOS EXPLICA
LA CIENCIA
EN LOS CUENTOS
Tras años de arduo trabajo, este proyecto esta ubicado en la localidad palentina de Paredes de Nava y su sede es la iglesia de San Martín (siglo XV) cuya factura arquitectónica conjuga armónicamente los estilos plateresco y mudéjar.
UN MUSEO
QUE NOS EXPLICA
LA CIENCIA
EN LOS CUENTOS
Tras años de arduo trabajo, este proyecto esta ubicado en la localidad palentina de Paredes de Nava y su sede es la iglesia de San Martín (siglo XV) cuya factura arquitectónica conjuga armónicamente los estilos plateresco y mudéjar.
El recién inaugurado “Museo de los Cuentos y la Ciencia” se encuentra ubicado en la villa de Paredes de Nava, a 20 km. de la capital palentina, en el corazón de la comarca de Tierra de Campos.
Podemos decir que se trata de la cuna del renacimiento español. Los ínclitos Pedro y Alonso Berruguete nacieron allí, así como Jorge Manrique, sí, el de las “Coplas a la muerte de mi padre”.
Es una villa donde el blasón y las casas palaciegas, que sustentan tanta historia, pululan por doquier. Y entre tanto arte nos dirigimos a San Martín, iglesia tardogótica del XV, hoy desacralizada, que dentro de sus muros ha dejado emerger la obra de Rosana Largo Rodríguez que trata de escalar hacia la bóveda porque ante la inmensidad todo se queda pequeño. Efectivamente, allí la artista vallisoletana ha sembrado sus obras de magnitudes considerables hasta convertir el templo en un “Jardín de las Delicias”, en donde cuentos y ciencia, en principio indiferentes, se funden en un abrazo que solo el arte sabe transmitir mejor que nadie.
Es por ello que Rosana, muestra esta maravilla de alquimia, creada desde la ilusión y la paciencia, emulando el quehacer del insigne Gepetto.
De entrada un bocallave, que se confunde con la genuina traza mozárabe, nos abre la puerta de un recinto que ya promete, con un caballo historiado, merced a la policromía que le invade. El preciosismo de un tríptico que le escolta, parece introducirnos en la corte del Rey Sol, En él los personajes transmiten sutileza, como recreándose en el posado, como creados para posar.
La casita de chocolate abigarrada de dulces hace realidad la utopía de cualquier mente infantil. La figura de un niño en la cúspide de la obra parece alcanzar el grado superlativo de la gula.
Una carroza, que a escasos metros se sitúa, se supone confeccionada para albergar el trasero del niño que se retoza entre las distintas acepciones del azúcar; pero, no, es la de la Cenicienta que parece invitarnos a escuchar una pieza de música barroca, que es el arte que transmiten los sombreros y el vestuario en general de la advenediza aristócrata.
Gatos, conejos, cartas… No hace falta pensar mucho: Alicia. Es realmente una maravilla imaginar una risa sin el soporte del gato o el desvarío del sombrerero loco, merced al componente mercurial que sustentaba su chistera. Orden en aparente desorden. Parece una mentira. Pero… ¿dónde hay más trapacería, en el mundo de Alicia o en el real? ¿Acaso la realidad que vivimos todos los días no tiene más de teatro calderoniano que de otra cosa?
Cómo no seguir con el glamuroso arte de esconder la verdad si tenemos a Pinocho al lado. Fue el primer autómata que no requirió de asistente que le guiara. Fue esencialmente libre. Encontramos su figura ecuestre, entre bambalinas o inmersa en un carnaval en el que el ornato invade toda la obra. Hasta el humilde taller llega el aura de elegancia que despiden las máscaras venecianas.
¡Que no sea por no intentarlo!, diría la figura de Peter Pan, desafiando a la gravedad.
En un lateral anexo a otra de las naves surge con fuerza este personaje. Él será quien nos presente al hombre más universal, entiéndase el término como el del ser más polifacético, en relación directa con el buen hacer que ha llegado a nuestros días.
A decir de un flamencólogo toca todos los palos, y los toca bien. El vuelo le obsesiona, la anatomía le intriga, ese universo interior de músculos y huesos le convertirán en uno de los maestros de la disección; las máquinas, en fin, se constituyen en sus manos en la mejor muestra del recién surgido antropocentrismo.
Seguimos nuestro camino, entre libros-tunel, en los que el horizonte se convierte en expectativa ya que los seres aparecen salteados, casi vivos, sorprendiéndonos.
Para sorpresa dos gigantes que se miran: Gulliver y Aladino: qué vigor, casi tanto como el del Saturno de la Sirenita. Les vigila con su tridente. El principio de la gravedad toma forma en una alfombra, las lentes son capaces de crear un superhombre. Todo ello es contemplado por una sirena serena que empezó a navegar desde la mente de Anderssen.
En ese mare magnum no se advierten corrientes, La Sirenita transmite templanza; no sé si podemos decir lo mismo de los tres cerditos con tanta corriente y con la casa disparada. A pesar del disgusto, esto no parece haberles afectado en su constitución física.
De la XXL a lo casi molecular, advertimos ilustres representantes en Pulgarcita. Todo verde, escondido, es un reto que se te ofrece en el museo para descubrir lo casi imperceptible, pero eso: casi…
Qué mejor colofón, pasamos de lo micro a lo macro simplemente subiendo unas escaleras, pero no se trata de un acceso cualquiera, estamos hablando de la escalinata luminosa del Principito, que nos transporta a un mundo de mundos, a la lejanía casi infinita donde habitan seres tan diversos como un farolero, un rey o un borracho. Eso sí, tienen en común que son seres humanos… ah, y que el árbol del baobab crece para todos.